Dedicación de la Iglesia del Santo Sepulcro

19 de octubre de 2021
El 22 de octubre es la fecha en la que la diócesis de Zaragoza celebra la fiesta litúrgica de la dedicación de aquellas iglesias de las que se desconoce la fecha exacta de su dedicación, circunstancia que recae en nuestra Iglesia del Santo Sepulcro.
Jesús en el Evangelio dice que la adoración debe ser en espíritu y verdad (Jn 4, 24); San Pablo nos recuerda que somos templos de Dios (1Cor 3, 16) y San Pedro afirma que somos piedras vivas que vamos construyendo un templo espiritual (1Pe 2,5). Los cristianos adoptaron el término griego “ecclesia” para nombrar su asamblea y, aunque siempre se ha tenido claro que la iglesia es esta reunión de los fieles, se denomina también con el mismo término al templo donde se reúnen para orar.
Esta significación del templo como símbolo de la comunidad y espacio celebrativo es lo que ha motivado que desde un principio se consagrase ritualmente mediante una ceremonia llamada Dedicación. Nuestra Iglesia del Santo Sepulcro, al ser construida durante la Baja Edad Media fue consagrada por el rito entonces vigente que era el del pontifical romano del siglo XII, una ceremonia solemne y multisensorial, cargada de simbolismo.
En un día festivo en el que el descanso laboral permitía asistir a los fieles, el obispo revestido de ornamentos blancos y asistido por su clero presidía la procesión de las reliquias que iban a ser depositadas en el nuevo templo. Estas reliquias de Santos Mártires se velaban la noche anterior en la statio (lugar destinado para su custodia) y procesionalmente se trasladaban hasta la iglesia dejándolas fuera en un primer momento.
Se entraba entonces en la iglesia donde el obispo pintaba doce cruces rojas alrededor de los muros. A continuación todos salían del templo a excepción del diácono que se quedaba en el interior y cerraba las puertas.
En el exterior el obispo rodeaba tres veces la iglesia aspergiéndola[1], cada vez más alto, y llamaba a la puerta con su báculo que solo se abría por el diácono a la tercera llamada. Entraba solo el obispo con su clero cantando las letanías, se derramaba una mezcla de arena y ceniza en el suelo y el obispo escribía los alfabetos griego y latino con su báculo de este a oeste, cruzando ambos alfabetos en forma de cruz decussata. A continuación tenía lugar la consagración del altar mediante el trazo de cinco cruces, cuatro en los ángulos y una en el medio, con agua gregoriana (agua mezclada con vino, sal y cenizas) y se aspergía dando siete vueltas a su alrededor. Aspersión que continuaba en torno de los muros interiores, aspergándolos por tres veces, cada vez a mayor altura, como se había hecho por el exterior.
Seguidamente se iba por las reliquias y ya todos los asistentes entraban con el obispo. Entonces tenía lugar la introducción de las reliquias en la confessio (oquedad subterránea labrada bajo el altar). Esta ceremonia se ocultaba al pueblo mediante un velo y consistía en depositarlas allí con tres granos de incienso, una vez depositadas se incensaba el altar en forma de cruz en el centro y en los cuatro ángulos. Continuaba la incensación en torno al altar por tres veces y se ungía con aceite. Por último, se quemaba incienso en las cinco cruces y se ungían las doce cruces rojas que se habían pintado rededor de los muros, prendiendo una vela en cada una de ellas.
Procesiones, cánticos, agua, incienso, aceite y luces se aliaban y entremezclaban impregnando el ambiente del nuevo templo con una unción destinada a perdurar en el tiempo.
[1] Acción denominada “lustración”